A nadie en su sano juicio se le ocurriría que la presidencia de su comunidad de vecinos fuera un cargo vitalicio y hereditario.
Nadie con las suficientes "luces" permitiría que el director del colegio de sus hijos tuviera un puesto vitalicio y hereditario.
Nadie con dos dedos de frente propondría que la presidencia de su club de fútbol fuera un cargo vitalicio y hereditario.
Nadie con cociente intelectual normal promueve que las alcaldías sean puestos vitalicios y hereditarios.
Nadie con sentido común contempla la idea de que el presidente de su comunidad autónoma lo sea de manera vitalicia y hereditaria.
Nadie con criterio desea que la presidencia del gobierno sea vitalicia y hereditaria.
En cambio, millones de personas en su sano juicio, con suficientes "luces", dos dedos de frente, cociente intelectual normal, sentido común y criterio, consideran perfectamente normal que el máximo representante de su país lo sea de por vida para luego heredarlo su primer hijo varón. Siempre y cuando el susodicho, eso sí, sea campechano.
Y es que para muchos, lo que es así, así debe seguir.
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