domingo, 31 de julio de 2011

Ficción real

Érase una vez una urbanización donde todos tenían su pequeño jardín privado. Cada uno contrataba a un jardinero diferente, y pensaron que si contrataban todos juntos a una misma empresa saldría más barato. Así que se reunieron, se pusieron de acuerdo, contrataron a la que creyeron mejor empresa del sector, y consiguieron un buen ahorro.

Pasó el tiempo y pensaron: si una empresa es capaz de prestar el servicio de jardinería y obtener beneficios, ¿por qué no compramos material y contratamos directamente jardineros para ahorrar más? Y así lo hicieron, y consiguieron aún más ahorro por los mismos servicios.

Unos meses más tarde, para más comodidad de los vecinos, se decidió que hubiera unos gestores encargados de controlar el trabajo de los jardineros, la contabilidad, etc. Ellos se encargarían absolutamente de todo, y así nadie tendría que preocuparse de nada.

Resultó que los gestores, con plenos poderes, se subían sus propios sueldos, compraban las plantas en viveros de sus familiares, recibían sospechosos regalos de las empresas de fitosanitarios, y como además no tenían ni idea de jardinería, pagaban a otros asesores que les dijeran cómo actuar.

Obviamente, el gasto se disparó y desapareció el ahorro anterior. ¿Y ahora qué hacemos? Se preguntaron todos.

La respuesta de los gestores no se hizo esperar, vendieron todo el material adquirido, despidieron a los jardineros, y volvieron a contratar el trabajo a un empresa externa.

Algunos se preguntaban que para qué necesitaban gestores en esa situación, pero nadie hizo nada. Total... los gestores se habían autoasignado una paga de por vida, así que aún echándolos a la calle habría que seguir pagándoles.

Como fuera que los gestores siguieron trabajando por su propio beneficio y no por el de la urbanización, el gasto cada vez era más grande, y aquello ya no tenía demasiado sentido, puesto que estaban mucho peor que al principio.

Ante las quejas de la vecindad, los gestores rompieron tratos con la empresa de jardinería. Ahora cada cual debía pagar la suya por su cuenta. La urbanización volvía a su situación inicial, pero eso sí, pagando además el sueldo de los gestores encargados de controlar el buen estado de los jardines.

Se impusieron sanciones a quienes tuvieran plantas mal cuidadas, se prohibieron algunas variedades de flores, y se creó una "policía vegetal" para proteger la flora del lugar.

Todo iba bien antes de que los gestores tuvieran demasiado poder. La solución estaba clara, pero... ¿cómo llegar a ella? Cada 4 años se elegían nuevos gestores, pero sólo había en la zona dos personas con la titulación necesaria, así que siempre se iban alternando en el puesto. Habían candidatos de otras zonas, pero nadie les votaba porque no los conocían. Los gestores actuales se habían hecho dueños de todas las vallas publicitarias de la urbanización.

Cuando los vecinos quisieron ser gestores ellos mismos, vieron que no podían, porque las condiciones para sacar el título se habían cambiado para que fuera imposible obtenerlo.

Cuando quisieron manifestarse, la Policía Vegetal los apaleó por haber pisado el césped.

Cuando propusieron cambiar las normas, fueron acusados de anti democráticos.

¿Qué harías tú si vivieras en esa urbanización?

  1. Dejarlo todo como está
  2. Luchar por recuperar el control

Tómate el tiempo que necesites para pensarlo antes de continuar...

Si optado por la segunda opción y no vas a estar en la manifestación del 15 de octubre, acabas de ganar el primer premio a la hipocresía.

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